domingo, 20 de junio de 2010

Pedro, el oculista, ha salido corriendo tan pronto ha olisqueado que algo pasaba. El decrépito camión que aposentaba sus reales en la atestada plaza Mayor, no solía traer buenas noticias. Su panza vomitaba unos harapientos militares que, sin más, barritaban los nombres del remplazo para la guerra de Marruecos. “Joaquin Ferrer, presente. Germán García, presente. Pedro Muñoz…¡¡¡Pedro Muñoz.!!!” El silencio claustral fue roto con un leve “presente”. Todos giraron la cabeza y vieron que quien respondía era el joven discípulo del oculista. El miope alcalde sonreía por el engaño. El padre del discípulo se prometía que al oftalmólogo ni Santa Lucía le conservaría la vista.