martes, 11 de septiembre de 2007

La sonrisa de la Himba:

Norte de Namibia, 11 de julio de 2007: una serie de poblados permanecen suspendidos en el tiempo. Los Himbas, etnia nómada, nos hace retroceder a nuestros orígenes. Lo verdaderamente impresionante de todo es que vas andando tranquilamente con tu cara de turista y te cruzas con ellos como si tal cosa. En un primer momento llama la atención su exotismo: las mujeres van con todo el cuerpo embadurnado de una grasa rojiza, con los pechos al aire y con un somero taparrabos por vestimenta. Pero una vez desaparecido este primer nivel de pensamiento primario, empiezas a pensar que estás viviendo un momento mágico, aunque es más que eso. Es transportarte a un mundo que está desapareciendo. De todas las himbas que he visto, hay una que no olvidaré jamás: acabábamos de salir del camping para hacer un recorrido a pie por los alrededores y a unos 50 metros, descalza, cabeza alta, esbelta y con sus minúsculos ropajes, se dirigía hacia unas cabañas contiguas. El suelo blanco y polvoriento contrastaba con el marrón rojizo de su cuerpo. Al fondo, unas montañas hacían de la estampa una fotografía alucinante. Podía haberla fotografiado (puñetero virus, todo lo queremos reflejar y poco en vivir). Yo preferí observar. La himba, a lo suyo. De repente giró su cabeza, me vio y sonrió. Me pareció obsceno mirar, pero sólo pude dejar de hacerlo un segundo. Ella seguía haciéndolo y sonriendo, hasta que se introdujo en su recinto y yo continué siendo un turista más, uno de tantos. Supongo que habría visto otros turistas (y más guapos). Siempre recordaré esa sonrisa y moriré sin saber qué pensaba esa mujer en ese momento. Sin duda, fue el mejor momento del viaje. Pensé que mi deber a partir de entonces es pensar en ella y en los suyos para que su mundo nunca muera (como decía Javier Cercas en Soldados de Salamina: “sólo muere alguien verdaderamente cuando se le deja de recordar").

Cuántas tribus, gente buena, han desparecido por mor del progreso. John Borman lo describió perfectamente en “La Selva Esmeralda”. Quedan pocos. Sólo deseo que en su territorio no aparezca ni petróleo ni diamante. Que aparezcan sería su fin, y esa es la gran contradicción occidental. ¿Estamos dispuestos a ser menos ricos, vivir con menos lujos?. Es fácil decir que sí, no nos cuesta nada. Mientras, ellos desaparecen. Sé que esta reflexión no es suficiente contraprestación, y eso me apena.