No sé cómo tuve fuerzas para arrastrar el cuerpo y cubrir el agujero producido por el impacto del coche en la cuneta a modo de lecho mortuorio. Un sentimiento de culpa embriagó todo mi ser y se apoderó de mí el llanto, el temblor y la desesperación. Pude haber evitado esa catástrofe y no lo hice. A veces un simple “no” puede salvar vidas, y no tuve coraje. Dicen que el cerebro está preparado para afirmar. Un día tras otro pensando que era yo quien merecía yacer allí hasta que llegaste tú. Bendita seas señora muerte.